PRIMERA PARTE
Bloqueos y desbloqueos



Si vas a mirar una preparación en el microscopio, más vale que antes te cerciores de que sus lentes están bien limpias. Para enfrentarnos con un problema intelectual disponemos de una herramienta mucho más complicada que cualquier microscopio, nuestra mente, en cuyo funcionamiento interviene toda nuestra compleja personalidad, con sus condicionamientos, sus hábitos, sus fobias, todos ellos elementos más o menos permanentes, junto con las circunstancias variables que determinan su actitud en un momento dado.

Vale la pena considerar cuál es la tesitura de nuestro espíritu más apropiada para afrontar con éxito un desafío mental y cuáles pueden ser los rasgos de nuestra actitud que pueden perjudicar seriamente nuestra forma de proceder.

En esta primera parte estudiaremos en primer lugar el estado de espíritu general con que debemos acercarnos a la tarea intelectual, para considerar después diferentes tipos de bloqueos que muy frecuentemente entorpecen nuestra actividad mental. Al hacerlo, ensayaremos también unos cuantos remedios posibles.



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La actitud adecuada




El talante inicial apropiado. Confianza, tranquilidad, disposición de aprender, curiosidad, gusto por el reto,....

Un verdadero problema es un auténtico reto. Sabemos, más o menos, a dónde
queremos llegar, pero ignoramos el camino. Ante esta situación caben diversas actitudes negativas que pueden obstaculizar nuestro avance:

Miedo a lo desconocido y el consiguiente retraimiento. Podemos tratar de eludir el problema o al menos posponerlo a otro momento en que nos sintamos más aguerridos.

Nerviosismo al tratar de echar a andar, prisa por acabar cuanto antes. Como en la sala del dentista, desearíamos estar ya saliendo.

Cierta desazón ante la prueba que se apodera de nosotros. La situación misma es como un antipático examen que hay que afrontar. Aunque nadie me observe, yo mismo me estoy observando. ¿Suspenderé? Y si suspendo, descontando otras desventuras, mi propia estima se irá desmoronando.

Toda esta variedad de actitudes negativas puede minar seriamente nuestra intervención,

- impidiéndonos la utilización al máximo de nuestra capacidad

- impulsándonos a tomar por bueno inmediatamente cualquier indicio de solución,

- eliminando el placer que en el ejercicio sano de nuestras facultades podemos ciertamente encontrar,

- creando en nosotros un hábito de amedrentamiento y un complejo de inutilidad cada vez más acusado.

Para contrarrestar estas amenazas podemos comenzar por considerar nuestra
situación objetivamente. Tenemos razones más que suficientes para equilibrar nuestros negros pensamientos.

Confianza

Las capacidades intelectuales que los hombres poseen difieren bastante poco. El mero hecho de llegar a ser capaz de hablar coloca las mentes de todos los hombres sobre una meseta situada a tal altura que las pequeñas colinas que en ella se dan resultan insignificantes en relación con la altitud a la que todos estamos ya colocados.

La diferencia entre el virtuoso en una actividad cualquiera y el promedio se debe mucho más a la intensidad de su práctica que a una verdadera diferencia en su potencial inicial. La plasticidad de nuestras capacidades es inmensa y esto podría y debería engendrar en nosotros una gran confianza: «Si de verdad lo quisiera y si invirtiera tiempo y esfuerzo suficiente, también yo podría alcanzar cotas parecidas en esa actividad».

Ante tu problema concreto puedes pensar: " Es nuevo para mí, pero otros muchos han pasado antes por él o por otro semejante. Con seguridad yo también puedo".


EL HOMBRE, UN JUNCO QUE PIENSA

El hombre no es más que un junco, la cosa más débil de la naturaleza; pero es un junco que piensa. No es preciso que el universo entero se arme para aplastarle. Un vapor, una gota de agua bastan para matarle. Pero aun cuando el universo lo aplastara, el hombre sería aún más noble que quien le mata, porque él sabe que muere, y conoce la ventaja que el universo tiene sobre él. De esto nada sabe el universo.
Toda nuestra dignidad consiste en el pensamiento. A través de él nos debemos elevar, no a través del espacio o del tiempo que no sabemos cómo llenar. Trabajemos pues por pensar bien. Este es el principio de la moral. (B. Pascal: Pensamientos, n.o 63, Stewart 160, p. 82.)

Paz, tranquilidad. Sin prisas

Es cierto que a veces nos vemos obligados, en nuestra actividad intelectual o práctica, a enfrentarnos con un problema a plazo fijo, relativamente breve. Un examen, una situación que exige una decisión más o menos inmediata, constituyen retos inaplazables. No está en nuestras manos el tiempo que nos podemos tomar para proceder con ellos. Pero lo que sí está ciertamente a nuestro alcance es la preparación remota con la que podemos afrontar tales circunstancias. Quien asiduamente se ocupa de pensar a su ritmo, con tranquilidad, en problemas semejantes a los que tales situaciones proponen, será capaz de enfrentarse a ellas con mucha mayor serenidad.

La prisa es mala consejera. No nos permite familiarizarnos serenamente con la situación, rumiar los datos, tratar de jugar mentalmente con ellos, fantasear con los elementos del problema, barruntar cómo podría ser una solución, divagar sobre los posibles caminos que conduzcan a ella. La prisa nos empuja a ponernos en camino... hacia ninguna parte.

En cualquier tarea mental es conveniente evitar en lo posible ser llevado por la prisa, y para cuando esto resulta inevitable y las tomas de decisión rápidas sean verdaderamente insoslayables, es necesario prepararse con un entrenamiento adecuado.


SI NO SABEMOS ADONDE VAMOS, TERMINAREMOS EN OTRA PARTE

Por lo tanto, dada una cuestión cualquiera, es preciso esforzarse ante todo por comprender claramente lo que se busca.
Pues frecuentemente algunos de tal modo se apresuran en investigar los problemas, que aplican a su solución un espíritu ligero, antes de haber considerado en qué signos reconocerán la cosa buscada, si acaso se presenta. Son tan ineptos como un criado que, enviado a algún sitio por su señor, fuese tan solícito por obedecerle, que se apresurase a correr sin haber recibido aún las órdenes y no sabiendo a dónde se le mandaba ir. (Descartes: Reglas para la dirección del espíritu, Regla XIII, Madrid, Alianza, 1984, p. 138.)

Disposición de aprender, curiosidad

La situación en la que un problema te coloca puede constituir, si así lo miras, una verdadera oportunidad, no una amenaza. Aprendemos en todos los órdenes gracias al enfrentamiento con situaciones nuevas. No trates a tu problema como si fuera un severo examinador que busca calibrar tus capacidades, sino como una ocasión para aprender. De la ocupación con él y con otros semejantes, los resuelvas o no a la perfección, tu mente saldrá más enseñada, mejor preparada para muchas tareas, incluso para aquellas que puedan ser mucho más transcendentes que este problema concreto.

El problema te proporciona la oportunidad de ejercitar las herramientas mentales que posees, de comprobar su alcance real, es decir, su adecuación y sus limitaciones, de apreciar la conveniencia de irte haciendo con otras tal vez más eficaces, de comparar tus procesos de pensamiento con los de otros tal vez más expertos y de asimilar de ellos enseñanzas interesantes para el futuro.. .
 

Gusto en la actividad mental, gusto por el reto

No nos cansamos de mirar con nuestros ojos. No nos cansamos del ejercicio razonable de andar, hacer deporte... Es natural, se trata del ejercicio de nuestras capacidades naturales. Para eso están ahí, para ser ejercitadas.

El ejercicio de la mente es mucho más variado: rememorar, imaginar, pensar, deducir, contemplar, crear, soñar... En él se dan elementos de mucha mayor belleza que en el ejercicio de los sentidos.

La ocupación con un problema mental concebida con este espíritu deportivo, estético, de ejercitación de mi propia capacidad, de observación de mi misma actividad y de sus resultados, es intensamente satisfactoria. La contemplación de las vías por las que la mente humana, la mía y la de otros, es capaz de explorar la belleza intelectual que se encierra en tantos y tan variados paisajes como el hombre ha tenido ocasión de iluminar a lo largo de la historia, puede llegar a ser intensamente apasionante.

Así concebida, la actividad mental es capaz de proporcionar placeres inmensamente profundos.

Frente a la actividad que un problema te va a proporcionar puedes decirte, con toda verdad: "Va a resultar muy satisfactorio. Lo puedo pasar muy bien. Como en un paseo por el monte, tal vez quede al final cansado, pero ciertamente saldré enriquecido y estéticamente satisfecho, si lo enfoco con el espíritu adecuado".

 

SI TUVIERA LA VERDAD EN MI MANO, LA DEJARíA ESCAPAR POR EL PURO PLACER DE BUSCARLA

"Si tuviera la verdad en mi mano -escribía Emerson-, la dejaría escapar por el puro placer de buscarla". En un experimento clásico, Sultán, el chimpancé de Wolfgang Koehler, descubrió, tras numerosos esfuerzos inútiles por alcanzar un plátano colocado fuera de su jaula con un palo demasiado corto, que podía llegar a la fruta acoplando dos palos huecos. Su nuevo descubrimiento le causó «un placer tan inmenso» que se dedicó a repetir el truco, olvidándose de comer el plátano (A. Koestler: En busca de lo absoluto, Barcelona, Kairós, 1982, p. 59.)

Si esto sucede con un mono, ¿no podríamos confiar en que, en nosotros, el ejercicio sano del pensamiento constituya en sí mismo una motivación enormemente intensa?


Atención a los posibles bloqueos

Según muchos psicólogos, aprovechamos tan sólo una pequeña parte de nuestra capacidad intelectual real. Es decir, hay en todos nosotros un enorme caudal de aptitudes que permanecen inactivas, estériles. Las diferencias que observamos en las capacidades efectivas de las personas provienen, muy preponderanternente, de la mayor o menor destreza con que cada uno de nosotros aprovechamos nuestras potencialidades. Se podría decir con bastante justificación que los que sobresalen en un cierto campo son aquellos que han logrado encauzar un conjunto de sus talentos que colabora armoniosamente en una dirección determinada.

Las barreras que nos impiden el ejercicio de tanta potencia adormecida son los bloqueos de nuestro espíritu. Como veremos a continuación, hay múltiples formas de bloqueos, con orígenes muy diversos, que se aposentan en diferentes zonas de nuestra personalidad y que admiten tratamientos más o menos fáciles.

Si realmente lográramos liberarnos de unos cuantos de estos bloqueos en un grado significativo, el progreso en nuestra actividad global podría ser realmente importante.

El primer paso esencial para el tratamiento de los bloqueos que, en mayor o menor grado, afectan la personalidad de todos nosotros, consiste en conocerlos. Si somos capaces de percibir sus efectos atenazantes sobre nuestra estructura mental, podremos tratar de contrarrestar adecuadamente su acción poniendo los medios convenientes para ello.

En los capítulos que siguen vamos a explorar algunos tipos de bloqueos más comunes. Al irlos recorriendo será conveniente que nos preguntemos hasta qué punto es influyente cada uno de ellos en nuestra propia idiosincrasia, y si lo es con alguna intensidad, tratar, en nuestro propio ejercicio intelectual, de estar atento a su influjo, a fin de neutralizarlo.

 

F. BACON, NOVUM ORGANUM (1620)

38. Los ídolos [prejuicios] y las nociones falsas que han invadido ya la mente
humana, echando en ella hondas raíces, ocupan la inteligencia de tal suerte que la verdad sólo puede encontrar a ella difícil acceso [ ... ].

39. Hay cuatro especies de ídolos que llenan el espíritu humano

41. Los ídolos de la tribu tienen su fundamento en la misma naturaleza del hombre, y en la tribu o género humano [ ... ].

42. Los ídolos de la caverna tienen su fundamento en la naturaleza de cada hombre, pues todo hombre, independientemente de los errores comunes a todo el género humano, lleva en sí cierta caverna en que la luz de la naturaleza se quiebra y es corrompida [ ... ].

43. Existen también ídolos que provienen de la reunión y de la sociedad de los
hombres, a los que designamos con el nombre de ídolos del foro para significar el comercio y la comunidad de los hombres de que tienen origen [ ... ].

44. Hay finalmente ídolos introducidos en el espíritu por los diversos sistemas de
los filósofos y los malos métodos de demostración. Los llamamos ídolos del teatro porque cuantas filosofías hay hasta la fecha inventadas y acreditadas son, según nosotros, otras tantas piezas creadas y representadas, cada una de las cuales contiene un mundo imaginario y teatral.