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Los surcos de la mente

Nuestra mente es de una plasticidad extraordinaria, pero al mismo tiempo está llena de surcos, de modos fijos concretos de proceder, de hábitos. Son nuestras formas normales de actuar que determinan nuestra propia estructura mental, mucho más individualizada y distinta de lo que puede serlo nuestro rostro físico o nuestras huellas dactilares.

Los hábitos mentales son extraordinariamente valiosos, pues gracias a ellos, gracias a nuestras rutinas, quedamos libres de la necesidad continua de preguntarnos y decidir sobre la forma de llevar a cabo ciertas tareas.

Pero conviene que nos apercibamos de su existencia, que nos convenzamos profundamente de que nuestra forma de actuar está condicionada por tales hábitos, de que nuestra forma de mirar, ver y entender cada situación es una forma concreta y muy peculiar que está teñida por nuestra forma característica de colocarnos ante ella.

En muchas ocasiones nuestros hábitos y rutinas mentales pueden resultar una verdadera rémora para resolver correctamente un problema que se resiste a encajar en nuestros moldes.

Es fácil poner de manifiesto la presencia de tales surcos mentales mediante la realización de unos cuantos experimentos sencillos, ejercicios físicos que todos hemos aprendido como juegos de niños:

- Crúzate de brazos. Observa cómo se entrelazan. Ahora descrúzalos y vuelve a cruzarlos pero colocando los brazos en la forma opuesta, el que iba por arriba que vaya ahora por debajo. Percibe la sensación extraña que en ti se produce.

- Entrelaza tus manos del modo contrario al que lo sueles hacer, es decir, haz que el pulgar derecho quede por encima si es que de ordinario lo pones por debajo del izquierdo. ¿No sientes algo raro?

- Coloca la yema de tu dedo corazón derecho sobre la del dedo índice derecho. Pasa las dos yemas así colocadas por la cresta de tu nariz. Cierra los ojos para concentrarte en la sensación que se produce. ¿No te parece que tienes dos narices?

- Mira esta ilustración:

Graphics (p.2-2)

Tal vez veas la cabeza de una mujer joven con una pluma en el pelo y un lazo al cuello. Deténte un poco entonces para tratar, tal vez no sin trabajo, de reestructurar tu visión de modo que percibas la cabeza de una mujer vieja con una nariz y una barbilla prominentes en primer plano. O tal vez tú veas primero la mujer vieja y tengas luego que esforzarte por ver la joven. Son surcos de tu percepción visual.

- ¿Percibes aquí alguna cosa?

Graphics (p.2-4)

Algunos perciben enseguida un perro dálmata en el centro, visto desde atrás, con la cabeza agachada y situado en la dirección de la diagonal que va del SE al NO. Otros experimentan una gran dificultad en llegar a verlo, pero una vez que lo han logrado verán al dálmata sin ningún esfuerzo cuantas veces se les presente el cuadro. Una vez creado el surco de la percepción visual, de forma espontánea se deja uno llevar por él.

- ¿Qué ves en este otro cuadro?

Graphics (p.3-2)

Tal vez veas primero la cabeza de un indio, o tal vez veas un esquimal primero según los surcos de tu visión.

Si en procesos aparentemente tan externos y superficiales de nuestra estructura mental aparecen ya surcos que condicionan fuertemente nuestra actividad cognoscitiva, parece razonable pensar que en las zonas más profundas de nuestro mecanismo mental existirán rutinas y hábitos que determinan a priori nuestras capacidades de enfrentamiento con problemas, constituyendo en muchos casos verdaderos bloqueos mentales.

La lección que de estas consideraciones generales se debe asimilar consiste la convicción de lo mucho que nos conviene salir ocasionalmente de nuestros propios hábitos, de nuestras formas rutinarias de ver las cosas, para colocarnos en el lugar de observación que no nos es usual.

Trata de ver la situación-problema desde el punto de vista que ordinariamente no es el tuyo: si eres padre o madre, desde el de tu hijo; si eres hijo, desde el de tu padre o madre; o desde el de un observador externo. Si eres vendedor, desde el comprador; si comprador, desde el vendedor; si eres profesor, trata de adivinar cómo te miraría un alumno...

Haz excursiones mentales fuera de tus propios hábitos conceptuales. Si tiendes a ser intuitivo, haz ejercicios discursivos y deductivos de vez en cuando, o al revés. Si eres de ciencias, no te encierres exclusivamente en tu castillo científico. Trata de sentir y gustar de vez en cuando la literatura y la poesía.

Aprovecha las oportunidades de contacto con quienes ven las cosas de otro modo muy distinto al tuyo para enriquecerte con sus puntos de vista. Escucha con verdadera curiosidad cómo encuadran ellos un mismo problema para el que tú has adoptado una actitud distinta. Compra de vez en cuando un periódico o una revista que no tenga las orientaciones políticas, intelectuales, estéticas, que a tí te van.

Un viaje a un país desconocido suele proporcionar una serie de oportunidades para constatar tus surcos mentales originados por tu enraizamiento en una tradición determinada y el valor relativo de muchas de tus formas de pensar y proceder.