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Bloqueos de origen afectivo

Las emociones, las fuerzas de diversos signos de origen afectivo que confluyen en nuestro espíritu, constituyen al tiempo el verdadero motor y las auténticas barreras de nuestra vida espiritual, y consiguientemente, de nuestra misma vida intelectual. Extrañamente, este tipo de bloqueo no ha recibido la atención que merece por parte de muchos de los autores clásicos que se han ocupado más de cerca de explorar las formas adecuadas de funcionamiento de la mente humana. Descartes, ni en sus Reglas para la dirección del espíritu, ni en su Discurso del método, trata de sondear la influencia de las emociones sobre el recto uso del pensamiento. Polya, en sus múltiples obras de naturaleza heurística y pedagógica, no tiene en cuenta el papel del afecto humano sobre la resolución de problemas. Sin embargo, la magnífica obra de nuestro Jaime Balmes, El criterio, contiene multitud de observaciones muy certeras sobre este tema, en particular todo el capitulo XIX, "El entendimiento, el corazón y la imaginación". Actualmente existe una creciente conciencia colectiva de la necesidad de ahondar en los aspectos emocionales del conocimiento en los que posiblemente haya que buscar la raíz de muchos fracasos personales y colectivos de nuestra vida intelectual, y en particular, de nuestra educación. Un indicio de ello se encuentra en los grupos de trabajo particularmente activos en Estados Unidos, cuyas investigaciones se han plasmado recientemente en la interesante obra Affect and Mathematical Problem Solving, dirigida por D. B. McLeod y V. M. Adams (Nueva York, Springer-Verlag, 1989).


UN CASO CONCRETO

Hay muchas personas que odian cordialmente los ejercicios mentales que llamamos puzzles, juegos o recreaciones matemáticas. Yo mismo he de confesar que he pasado por varias fases sucesivas:

a) Una cierta repugnancia. Ese juego era mi enemigo, mi examinador, el juez de mis capacidades mentales.

b) Una reconciliación paulatina, a medida que aprendía a colocarme adecuadamente ante él.

c) Un convencimiento del papel efectivo que el juego podía representar para mí al hacer mi pensamiento cotidiano y el pensar mismo de mi tarea profesional, como matemático, más efectivo, de mayor riqueza de recursos y su ejercicio mucho más agradable.

d) Una fuerte afición que hace que me enfrasque intensamente en este tipo de
actividad con gran placer, incluso cuando, como me sucede muy a menudo, o no llego a resolver el misterio o sólo lo consigo, tal vez parcialmente, tras muchas horas de dedicación. Y no pienso en absoluto que este ejercicio sea una pérdida de tiempo.

Analizando mi caso particular, creo que puedo ofrecer una explicación de este cambio de actitudes, que me permite entender mejor la hostilidad y agresividad que otros experimentan frente a los juegos y puzzles matemáticos.

Durante el mucho tiempo que me mantuve en la fase de repugnancia, me sentía amenazado por el reto que el juego representaba. La situación, el colocarme delante de él, se parecía mucho a la de un odioso examen en el que existía el peligro de fracasar. Incluso aunque lo hiciera en solitario, sin observadores, me consideraba en la obligación de resolverlo, bajo la presión de hacerlo pronto, y el no llegar a hacerlo así constituía un fracaso, un suspenso que el maldito juego me propinaba. El juego se convertía así en mi enemigo. El odio a los exámenes que nuestra civilización propicia, deja en nosotros muchas más secuelas de las que sospechamos. Como dice Einstein en su autobiografía a propósito de ellos: "Semejante coacción tuvo efectos tan espantosos que tras aprobar el examen final se me quitaron las ganas de pensar en problemas científicos durante un año entero".

A medida que fui adentrándome en el mundo de las matemáticas y explorando más a fondo sus métodos de pensamiento, me fui convenciendo de que en la matemática seria y profesional había multitud de problemas que por una parte parecen tan sencillos de expresión y de estructura como los que pueden figurar en cualquier revista de niños, pero por otra parte son tales que incluso después del trabajo intenso de muchas generaciones de matemáticos, siguen sin ser resueltos.

Esto me enseñó dos cosas importantes. Primero, que el enfrentamiento con el juego podía servir de preparación valiosa para otros retos de mi profesión y de los de otras profesiones, y segundo, que si un problema o juego matemático de expresión tan sencilla era capaz de poner en jaque a los mejores matemáticos de varios siglos, no me debía sentir amenazado de ser declarado incompetente porque no resolviera yo inmediatamente o no llegara nunca a resolver uno de esos juegos ingeniosos y desafiantes de la misma familia.

El juego se me fue convirtiendo así en un magnífico preparador, un sparring valioso y al mismo tiempo me fue enseñando que mi propia dedicación profesional podía ser ejercida con el mismo espíritu lúdico con que se afronta el juego, aproximándose así mucho más a un agradable ejercicio.

Naturalmente, sigo experimentando tanto predilecciones como fobias con respecto a ciertos tipos de juegos. Unos se me dan bien, me agradan mucho más, son mucho más afines a mis aptitudes, que gracias a ellos conozco mejor, y otros se me dan muy mal, lo paso horrible si tengo que enfrentarme con ellos y los sigo encontrando odiosos, pero gracias a ellos conozco también mejor mis puntos flacos.


TIPOS DE BLOQUEOS DE ORIGEN AFECTIVO

Apatía, abulia, pereza ante el comienzo

A todos nos ocurre bastante a menudo. Ante una tarea intelectual trabajosa que no nos urge suficientemente nos cuesta extraordinariamente ponernos en marcha. Somos capaces de buscarnos cualquier pretexto antes de empezar a poner nuestras manos en la masa. Necesito leer, informarme más sobre el asunto antes de empezar a pensar por mi cuenta. Me falta papel, mi pluma no tiene tinta, mi silla tiene un tornillo flojo, necesito un café primero, una llamada telefónica que ha esperado hasta ahora ya no se puede demorar más...

Y es que sabemos lo que nos espera. Solos ante el trabajo, como náufragos, miramos a nuestro alrededor como esperando ver escrita en alguna de las paredes la idea que nos ponga en marcha. Son los momentos más penosos de la faena. Se empieza por un flanco sin mucho entusiasmo. Se apaga pronto esa llama mortecina. Se comienza de nuevo de otra manera que acaba por gustar menos casi antes de darle una oportunidad.

¡Ánimo! Estamos todos en el mismo barco. Arrancar exige un gran esfuerzo de voluntad, decisión, no volver la vista atrás sin antes haber dado a ese comienzo la ocasión de demostrar su posible valor. Te entrarán dudas de que tu ataque sea el más adecuado para la ocasión, pero déjalo desarrollarse un poco, no permitas que se asfixie en tu desaliento. Más vale seguir adelante y, si hace falta, enderezar tu camino con un poco más de perspectiva.

Muchas veces sucede que lo que en el momento de su elaboración nos pareció desmañado, carente de originalidad, burdo, nos resulta después, al verlo a cierta distancia, mucho más valioso y aprovechable. En el momento de pintar, uno atiende demasiado cerca a la pincelada individual, que dice bien poco. Cuando el cuadro ha sido acabado, la pincelada ha adquirido su justo valor dentro del conjunto.

El comienzo tiene su importancia, porque influye decisivamente en el resto. Viene bien ser consciente de ello y pensarlo con detenímiento, pero al mismo tiempo conservar la conciencia de su carácter tentativo, interino, que puede ser modificado posteriormente.

Por otra parte, conviene tener presente que prácticamente todo el trabajo que realizamos es aprovechable, de una forma o de otra. Al menos, si luego decidimos que no nos vale para el fin que pretendemos, aprenderemos cuáles son los defectos que viene bien evitar en una tarea semejante.

Hace unos cuantos años comencé a escribir una obra sobre mi campo de trabajo matemático. Cuando tenía los dos primeros capítulos concluidos me percaté de que, si continuaba en el mismo tono, iba a resultar un libro plúmbeo, lánguido y adormecedor. Los dos capítulos fueron al archivo. Comencé de nuevo con otro espíritu más ligero. Gracias a ello, Differentiation of Integrals in Rn fue una exposición muy leída y utilizada internacionalmente. Aquellos dos capítulos que duermen en mi archivo me enseñaron cuál no debía ser mi postura al escribir este tipo de exposición, una lección por la que doy por bien empleado el trabajo de unas cuantas semanas.

La moraleja de estas consideraciones podría ser:

Piensa un poco en las distintas formas posibles de comenzar tu tarea.

Escoge una y comienza. Da a tu comienzo una buena oportunidad de demostrar lo que vale. No te detengas mucho a examinarlo en este estadio inicial. Lo que ahora te parece malo puede no serlo tanto.

Conserva la conciencia de que tu inicio puede tener carácter provisional. Si al juzgarlo razonablemente con cierta perspectiva piensas que se debe cambiar, cámbialo. Pero no te dejes llevar por un perfeccionismo paralizante. Recuerda: "Lo mejor es enemigo de lo bueno".

Miedos

La actividad intelectual de todos nosotros no es ciertamente una vida sin riesgos. A medida que nuestra civilización avanza, la acción del hombre se hace cada vez más dependiente de su espíritu y menos de la fuerza bruta o de otras características. De nuestra actuación mental depende en gran parte nuestro éxito y nuestro fracaso. Es natural, y no es insano, que se originen en nosotros diversos temores relacionados con las múltiples tareas intelectuales que nuestra vida nos propone:

- Miedo al fracaso, a la equivocación. Si no lo hago bien, estoy perdido. Es un
gran riesgo el que corro. Todo el mundo sabe que equivocarse es malo.

- Miedo al ridículo. Se reirán de mí si intento hacer algo saliéndome de los cauces
ordinarios y aceptados. Llamaré la atención y haré el ridículo.

- Miedo al examen. Todos los miedos anteriores juntos. Una mala nota hará que
pierda la estima que los demás me tienen, quedaré en ridículo, seré un fracasado.

El miedo es una actitud natural ante la percepción del peligro. El miedo es sano si desemboca en prudencia, un talante de nuestro espíritu que, midiendo el riesgo frente a los beneficios que la ocasión ofrece, nos lleva a adoptar un cuidado proporcionado en la realización de nuestra tarea.

El miedo es insano si permitimos que se apodere de nosotros hasta el punto de paralizarnos o de llevarnos a una acción desbocada, actitudes ambas que conducen al descalabro seguro.

Para contrarrestar los posibles efectos del miedo en nuestro trabajo intelectual viene bien considerar de cerca los peligros que nos lo producen. Sucede a menudo que nuestra percepción de ellos resulta agigantada y fuertemente deformada por nuestra interpretación, del mismo modo que el niño transforma en su imaginación las sombras y ruidos de la noche.

Experimentar el fracaso y la equivocación en algunas de nuestras tareas tiene sus aspectos positivos que, si bien resultan poco atrayentes y apetecibles en el momento de sufrirlo, a la larga, visto todo con cierta perspectiva, se manifiestan de un gran valor:

- Al vivir de cerca el fracaso somos capaces de apreciarlo en sus justas dimensiones y con ello salimos enseñados para valorar mejor nuestros miedos a él en el futuro. Hace un par de años mi casa ardió de arriba abajo. No hubo desgracias personales, pero pocas cosas se salvaron. Si el día anterior alguien me hubiera hablado de la situación en que iba a quedar, la impresión hubiera sido horrible. El simple pasar por estas circunstancias no fue para tanto. ¿Por qué? Posiblemente nuestra imaginación es capaz de acumular en un solo instante todos los males que con un suceso como éste se originan. Sin embargo, lo que es experimentarlos, vivirlos, lo hacemos de uno en uno, de una forma más diluida y mucho más soportable.

- Del fracaso aprendemos también cómo hacer las cosas mejor. Henry Ford, uno de los grandes innovadores de la industria en el siglo XX, afirmaba que "el número de los que fracasan es relativamente pequeño, la mayor parte simplemente abandonan". Si tengo verdadero empeño en conseguir un objetivo, un fracaso, una equivocación, puede servir de lección y puente hacia él.

- El mundo pedagógico y académico que hemos montado en nuestra civilización actual atiende poco al valor global de las realizaciones de las personas, primando con exceso la ausencia de equivocaciones. Parece más justo y razonable evaluar a una persona por el conjunto de valores de su obra que por lo poco que se equivoca. Es relativamente fácil no equivocarse. Basta con no hacer ni decir nada de lo que no estemos absolutamente seguros, es decir no hacer ni decir casi nada. Pero si nuestro monto global de realizaciones es el que verdaderamente cuenta, podremos admitir tranquilamente un cierto porcentaje de equivocaciones en nuestra forma normal de trabajo. El que pretende no equivocarse nunca, se atreverá a hacer 10 cosas, aquellas de las que está verdaderamente seguro. El que admite equivocarse el 30 % de las veces se puede atrever a hacer 50 cosas y hará en total 35 cosas bien.

Uno de los grandes maestros en matemáticas que yo he tenido, Antoni Zygmund, solía afirmar que a los matemáticos habría que medirlos, si es que alguna vez había que medirlos, de acuerdo con el mejor de los teoremas que habían logrado en su vida.

- El fundador de IBM, Thomas J. Watson, tenía la siguiente fórmula para el triunfo: "El camino para el éxito consiste en duplicar la proporción de fallos". ¿Cómo se explica? Quien acepta incurrir en una mayor proporción de equivocaciones se atreverá a realizar muchos más planes innovadores que presentan riesgos mayores, pero cuyos beneficios en caso de resultar acertados pueden ser incomparablemente superiores.

El miedo al ridículo, al qué dirán, es otra de esas fuerzas ambiguas que condicionan fuertemente nuestra actividad, influyendo intensamente sobre nuestro pensamiento y sobre nuestras decisiones. Su papel positivo consiste en proporcionar una cierta estabilidad y uniformidad a nuestra sociedad, impidiendo que ésta se haga demasiado lábil y excesivamente abigarrada. Quien marcha contra la corriente o al margen de ella, por muy justificado que objetivamente sea su proceder, es mirado como un cuerpo extraño contra el que la sociedad establecida envía sus anticuerpos en forma de manifestaciones de extrañeza, ironías, burlas... La comunidad, a través del tiempo, ha sancionado unas normas explícitas o tácitas de proceder. Son las más adecuadas, mientras no se demuestre lo contrario.. .. y ¡ay de aquél que se atreva a iniciar una demostración de lo contrario!

Pero a muchas de las reglas establecidas, a muchas de las normas aceptadas de proceder les llega el momento de ceder el paso a otras nuevas por diversas razones:

- Las situaciones para las que tales normas eran válidas pueden cambiar sustancíalmente. Observa el teclado de una máquina de escribir o de un ordenador. Las letras aparecen en una disposición un tanto extraña: QWERTYUIOP... Se habría podido diseñar un teclado con una disposición de las letras tal que hubiera permitido una velocidad de manejo apreciablemente mayor colocando los caracteres de más uso en lugares al alcance de los dedos más rápidos. Se hizo exactamente lo contrario para impedir que, al funcionar los dedos demasiado deprisa para la mecánica de la máquina, las palancas se agolpasen sobre el rodillo de la máquina.

- Una forma de proceder útil y consagrada para una circunstancia particular puede resultar también utilizable para otras distintas. El ejemplo clásico es la sombrilla, utilizada desde hace más de 3000 años en China, Egipto y Babilonia como protección contra el sol. Su uso como paraguas fue introducido en Inglaterra en el siglo XVIII por Jonas Hanway, un conocido filántropo, que debió de concebir la idea en alguno de sus viajes por el Oriente. Sobre su paraguas recayeron las burlas de sus conciudadanos que no podían dejar de pensar que bajo una sombrilla siempre había habido y siempre tendría que haber una delicada damisela.

- Nuestro propio entorno, familiar, profesional, social, encasilla nuestra actividad individual dentro de unos moldes en los que espera vernos por siempre. En ocasiones hay que romperlos. En la familia, los padres y hermanos te encasillan muy a menudo en un papel determinado, más adelante tu entorno de amigos, de compañeros de profesión te asignan unas tareas concretas y esperan verte actuando continuamente según la idea que de ti se han formado. A veces aciertan, pues son los papeles que mejor van a tu idiosincrasia. Pero en ocasiones se equivocan, te encorsetan ignorando muchas de las posibilidades que en ti existen. Al tratar de darles salida, como debes, encontrarás una cierta resistencia en tu derredor. No te amilanes fácilmente. Aun cuando tú fueras en realidad quien se equivoca, aprenderás mucho en el intento.

- A veces somos nosotros mismos quienes nos encasillamos en un papel determinado. Salir de él nos causa una sensación de ridículo que nos retrae del intento. La simple idea de hacer el asno nos produce escalofríos. Y sin embargo, muchas veces debemos tener el coraje suficiente para arriesgarnos a ello. Los beneficios pueden ser muy importantes. Aunque sólo tenga un cierto valor simbólico de preparación para ello, yo suelo hacer el siguiente ensayo de vez en cuando. En un rincón de mi habitación, cuando estoy solo, rebuzno bien alto contra la pared. El efecto emocional es muy curioso, pero me parece que tras ello salgo mejor preparado para rebuznar en público, lo que he tenido ocasión de hacer más de una vez.

El miedo ante un examen se produce como una combinación del temor al fracaso, al ridículo, a la pérdida de la estima que otros puedan tener de nosotros.
Ser capaz de afrontar un examen o circunstancia semejante con cierta serenidad constituye una aptitud muy fundamental en nuestra civilización, que tan llena está de pruebas para los individuos de todas las edades y para todos los objetivos imaginables. El examen es la forma en que ha cristalizado la intención de control de nuestro sistema educativo fuertemente masificado. En una educación personalizada, un alumno-un maestro, el examen sería totalmente superfluo.

Aun en nuestra situación actual de enseñanza colectiva, un examen bien proporcionado a la enseñanza impartida puede resultar un beneficioso estímulo para el trabajo y la asimilación, a la vez que una cierta garantía de calidad del aprendizaje. Lo que dificulta esta misión del examen es que frecuentemente éste, sobre todo en ciertos niveles de la enseñanza, se convierte en un ejercicio de selección con unas reglas no bien determinadas y con unos contenidos que a menudo impiden una realización agradable incluso para los más capacitados.

Para aquellos que ante los exámenes y circunstancias asimilables sentimos una profunda repugnancia y un intenso miedo, que pienso que somos casi todos, puede servir de consuelo la confesión de Einstein en sus Notas autobiográficas.

 

EINSTEIN, A PROPÓSITO DE EXÁMENES

[...] para los exámenes había que embutirse todo ese material en la cabeza, quisieras o no. Semejante coacción tenía efectos tan espantosos, que tras aprobar el examen final se me quitaron las ganas de pensar en problemas científicos durante un año entero. He de decir, sin embargo, que en Suiza sufríamos menos que en muchos otros lugares bajo esta coerción que asfixia el verdadero impulso científico.

[...] En realidad es casi un milagro que los modernos métodos de enseñanza no hayan estrangulado ya la sagrada curiosidad de la investigación, pues, aparte de estímulo, esta delicada planta necesita sobre todo de libertad; sin ésta se marchita indefectiblemente. Es grave error creer que la ilusión de mirar y buscar puede fomentarse a golpe de coacción y sentido del deber. Pienso que incluso a un animal de presa sano se le podría privar de su voracidad si, a punta de látigo, se le obliga continuamente a comer cuando no tiene hambre, y sobre todo si se eligen de manera conveniente los alimentos así ofrecidos. (A. Einstein, Notas autobiográficas, Madrid, Alianza, 1984, pp. 21-22).



 
A mi parecer, el gran remedio, cuando es posible, para neutralizar los miedos ante un examen consiste en acercarse a él con la certeza de ir bien preparado, certeza a la que conduce el trabajo concienzudo e intenso previo.

Conocer bien a fondo la estructura misma del examen, el modo de realización, exámenes previos del mismo tipo, lo que se suele y la forma como se acostumbra preguntar.... ayuda extraordinariamente para sentirse con más confianza ante la situación temida y extraña.

Resulta esencial ir a la prueba con la mejor preparación física posible. Los maratones nocturnos en los últimos días anteriores al examen pueden tener un efecto totalmente paralizante sobre nuestras capacidades cuando más despiertas las necesitamos.

Resumiendo en forma de píldoras algunas de las recomendaciones para neutralizar el efecto de los miedos:

Las sombras del fracaso y de la equivocación son mucho más largas que la realidad misma.

os fallos y equivocaciones nos enseñan sobre las formas adecuadas de proceder.

"El camino para el éxito consiste en duplicar la proporción de fallos".

Quien trata de introducir nuevas formas de pensar y actuar ha de tropezar con resistencias que provienen de él mismo y de su ambiente. No te amilanes.

El gran remedio para los miedos que un examen puede producir consiste en tener la convicción de ir bien preparado.
 

Ansiedades

La ansiedad es un estado de ánimo complejo caracterizado por cierta tensión interna, preocupación, nerviosismo, agitación, en el que generalmente intervienen a la vez causas emocionales y cognitivas.

Desde el punto de vista que nos interesa resaltar aquí, por su influencia en el ejercicio intelectual que estudiamos, dos tipos de ansiedad significativos son los siguientes:

el ansia por triunfar
el ansia por acabar

En nuestra sociedad fuertemente competitiva, como subproducto de la evaluación a la que continuamente estamos sometidos, se nos va inculcando la idea, profundamente equivocada, de que sólo triunfando esplendorosamente se puede alcanzar un grado de satisfacción suficiente. Como si la aurea mediocritas de los antiguos y la juiciosa actitud del altiora te ne quaesieris (no pretendas lo que está más allá de tus posibilidades) no pudieran proporcionar un bienestar suficientemente satisfactorio. De hecho lo que sucede en nuestra civilización es que andamos estirados más allá del límite saludable de nuestras fuerzas, viviendo empujados por el tiempo, sin paz para saborear el presente de nuestra actividad bien hecha, poniendo constantemente nuestra ávida mirada en lo mucho que nos falta por conseguir o por hacer.

Las prisas ansiosas por acabar la tarea entre manos están probablemente relacionadas con ese mismo espíritu constantemente angustiado por conseguir más, mejor y cuanto antes.


LA TESIS DE LAURA

Laura es una joven brillante. Desde niña así lo ha considerado todo el mundo. Ha ido acumulando sobresalientes, premios, primeros puestos en la escuela, en el colegio. Incluso en la facultad, donde hay muchos profesores más bien parcos en elogios y sobrios en sus calificaciones, su expediente es magnífico. Ahora está tratando de escribir su tesis doctoral. Desde hace meses se encuentra encasquillada, bloqueada, desesperada. Cada semana empieza a escribir un mismo capítulo, el primero. A mitad de camino se interrumpe. Le parece que eso lo podría haber escrito cualquiera. No es lo que todo el mundo esperaría de Laura. ¿Cómo va a presentar ella una cosa semejante? Va a parar a la papelera. Comienza a desesperar. Empieza a pensar que lo suyo era empollar lo que le pusieran delante, que para una labor creativa como la que ahora se le exige, no vale nada. A medida que el tiempo pasa se encuentra más deprimida y más convencida de que lo mejor es que se dedique a otra cosa. Nunca llegará a hacer nada a la altura de su trayectoria.

Laura necesitaría una buena amiga que le dijera con cariño: "Laura, te comportas de un modo estúpido. Lo que te está fastidiando es una serie de tontas ideas que andan rondando continuamente tu mollera: que el mundo entero está con sus ojos puestos en Laura para contemplar su maravillosa producción; que es absolutamente necesario que tu tesis se pueda equiparar con el trabajo de los mayores genios de la historia y que el que no sea así constituirá una catástrofe insoportable. Todo falso, si bien lo miras. Y si consigues observar la situación con ecuanimidad y convencerte de que así es, te darás cuenta de que estás mucho más tranquila y más capacitada para ir adelante a tu aire. No sé si tu tesis será tan buena como te parece que tiene que ser, pero sí sé que será un decente comienzo de una larga carrera y que el que se acomode o no a tu trayectoria es algo que le trae sin cuidado a todo el mundo".



Un cierto grado de tensión de nuestro espíritu hacia el objetivo que nos proponemos es un rasgo favorable y necesario. Con frecuencia tal tensión hace surgir a menudo en nosotros fuerzas que ni sospechábamos siquiera que se pudieran encontrar en nuestro dinamismo. Por mi parte he de confesar que en los exámenes más cruciales de mi carrera científica mi mecanismo intelectual me parecía funcionar mucho mejor que en circunstancias más sosegadas.

Pero la ansiedad excesiva por triunfar conduce a una falta de quietud y de paz que imposibilita la contemplación serena de los problemas que consideramos. El ansia por acabar pronto nos lleva a cerrar los ojos a muchas posibilidades que sólo aparecen tras una visión pausada y reposada de las circunstancias.

A fin de contrarrestar las influencias negativas de este tipo de obstáculos conviene:

Hacerse consciente del grado de influencia en uno mismo de cada una de estas ansiedades.

Tratar de ponderar serenamente el valor relativo del triunfo, sobre todo si su precio ha de ser una merma importante de la calidad de la existencia.

Aminorar conscientemente la velocidd y la hiperactividad cuando nos percatamos de que estamos siendo empujados a ellas. A veces vemos lo que queremos ver, aunque no esté ahí.

Repugnancias

En nuestro trabajo intelectual todos solemos experimentar una cierta impresión de rechazo hacia algunas de las tareas que nos vemos abocados a realizar. Es importante estar atentos a este sentimiento un tanto difuso y cuyo origen no es fácil detectar. Probablemente condiciona la dirección de nuestra actividad mucho más intensamente de lo que, pensamos y, por otra parte, su análisis puede proporcionarnos mucha luz sobre nuestras aptitudes y nuestras limitaciones, es decir, sobre nuestro perfil intelectual.

Sentimos repugnancias hacia tareas que encontramos aburridas, rutinarias, opacas, tal vez porque nos sentimos menos capacitados para ellas, porque nunca hemos hecho el esfuerzo inicial serio para hacérnoslas fáciles o porque no hemos sido capaces de leer en ellas con la profundidad que otros alcanzan. Para mi trabajo profesional en análisis matemático considero como un grave defecto que he padecido el fuerte rechazo que en mí mismo he experimentado a enfrentarme con largos cálculos simbólicos, aun cuando por experiencia he podido aprender que de la atención continuada a ellos surgen, muy frecuentemente, pistas inapreciables para resolver importantes problemas. Aun así, mi tendencia espontánea es evitarlos por todos los medios y sólo como último remedio soy capaz de enfrascarme en el esfuerzo intenso que para mí requieren.

Otros tipos de actividad intelectual nos resultan antipáticos no porque nos aburran, sino porque los encontramos extraños, no familiares, no connaturales con nuestra forma espontánea de proceder. Algunos experimentan una cierta aversión al desorden, al caos en que otros se sumergen muy a gusto como entorno propicio para realizar su trabajo. Hay quienes aborrecen el dominio de la lógica y el orden, que les parecen fríos y descarnados. Otros detestan la fantasía, el pensamiento ambiguo, la imaginación ardorosa que, según opinan, está totalmente fuera de lugar en su trabajo.

A veces experimentamos una repugnancia visceral a introducirnos en ciertos temas porque los asociamos con personajes que nos resultan profundamente antipáticos. Otras veces, la antipatía está entreverada con sentimientos de envidia o de inferioridad relacionados con alguien más o menos cercano con quien nos parece estar en competencia. En la matemática francesa del siglo XVII hubo tres personajes especialmente influyentes: Descartes, Pascal y Fermat.Según parece,
Descartes no hacía buenas migas con Fermat, y Pascal sentía una marcada aversión hacia Descartes. Es difícil determinar hasta dónde el antagonismo personal influía sobre sus posturas científicas y filosóficas.

En todo caso resulta evidente a cualquiera que se asome con un poco de atención a su propio patio interior y al foro particular en que ejerce su trabajo que la vida intelectual de todos nosotros está mucho más coloreada y mucho más intensamente traída y llevada por las emociones profundas, confesadas e inconfesadas, de lo que cada uno de nosotros quisiera y de lo que corresponde a la clásica imagen del pensador sereno y frío, señorialmente imperturbado por las pasiones.


EL PROBLEMA DE LUCIANO

Luciano es profesor en la Universidad de Pennton. Acaba de terminar un trabajo de investigación nada despreciable en una parcela de su especialidad, las ecuaciones hiperbólicas. Será publicado en una de las principales revistas del gremio, The Journal of Hyperbolicity . Luciano no lo hace nada mal. Domina perfectamente las herramientas de su hiperbólico campo, conoce a fondo todo lo que se ha publicado, está muy bien relacionado con los principales centros de trabajo en ecuaciones hiperbólicas, le llegan pronto todas las ondas sobre lo que se va haciendo en ecuaciones hiperbólicas en cualquier parte del globo... Como es joven puede llegar muy alto en su línea... si la sigue con tesón.

Pero Luciano tiene un problema. Su campo está dominado por el profesor Messerschmidt de la Universidad de Tychohama, que le cae gordísimo. Messerschmidt vale mucho. Pero según piensa Luciano, y con él otros muchos, Messerschmidt está convencido hasta los tuétanos de que vale muchísimo más de lo que nadie pueda pensar. Y lo peor es que Messerschmidt parece pretender por todos los medios, limpios y sucios, que nada ni nadie en el campo se mueva sin que Messerschmidt ponga en ello su dedo omnipotente. Y por ahora lo está consiguiendo. Luciano se está asqueando de la hiperbolicidad messerschmidtiana. En cada rincón hiperbólico aparece la sombra de Messerschmidt. Es como una pesadilla que le persigue. Luciano está pensando seriamente que el trabajo que ha concluido va a ser el último de su vida en este campo. Se buscará otro tajo en el que Messerschmidt no tenga nada que decir.... si lo encuentra.

Seguramente Luciano se equivocará si toma esta decisión. Su manía contra Messerschmidt le está conduciendo a una actitud poco razonable. Seguro que las bellezas de la hiperbolicidad, para las que está tan perfectamente preparado, le van a deparar muchos placeres sublimes que le compensarán con creces de las repugnancias que Messerschmidt le pueda seguir produciendo. Por otra parte, tal vez lo que le pase a Luciano sea que no está mirando a Messerschmidt desde el ángulo apropiado. Hay gente que le ve con simpatía y con talante positivo. Existe también la posibilidad de mirarle con humor... Y en todo caso Messerschrnidt no va a ser infinito en extensión ni eterno en duración.


El efecto práctico de estas fuerzas oscuras consiste en impedirnos una visión más clara de nuestra situación real frente a un problema determinado, dejando que ellas nos conduzcan en nuestro interés por llegar a una solución a través de caminos que sentimos más agradables y connaturales a nuestra idiosincrasia, más
bien que por aquellos que objetivamente el problema mismo está demandando. Y por estos caminos indebidos avanzamos tranquilizados por la enorme capacidad de racionalización de nuestras tendencias emocionales.

La neutralización de las consecuencias de estos sentimientos profundos es, posiblemente, una de las tareas más difíciles de nuestra vida intelectual. Tal vez puedan servir de alguna ayuda las consideraciones siguientes:

Trata de conocer y estudiar tus posibles sentimientos de repugnancia ante las diferentes tareas intelectuales. El conocerlos es un buen inicio para contrarrestar sus efectos.

Intenta equilibrar tus sentimientos racionalmente, observando sus efectos nocivos, su carencia de motivación, sus posibles orígenes injustificados.

Actúa ocasionalmente de forma directa contra la tendencia que te arrastra.

A veces, tus repugnancias son indicio de tus limitaciones. Observándolas te conocerás mejor y podrás insistir en poner remedio a ellas.

Permanece atento a las transferencias que haces de la aversión a una persona determinada al tema en que se ocupa o a la obra que realiza. Hay quiene puede ser profundamente antipático, engreído, vanidoso y muchas más cosas, y al mismo tiempo ser capaz de componer maravillosas sinfonías.