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Bloqueos culturales y ambientales



LOS IDOLOS DEL FORO

Los que Francis Bacon llamaba ídolos del foro son los bloqueos que provienen "del comercio y la comunidad de los hombres", es decir, son las formas de pensar que nos transmitimos unos a otros a través del tiempo y mediante nuestra comunicación. Son las modas, las formas específicas de pensar prevalentes en nuestro ambiente que nos influyen de modos muy sutiles entrando a formar parte de nuestra propia estructura mental de tal manera que, sin sentirlo, nos hacen actuar según esquemas que no son siempre los más efectivos, ni son los que probablemente adoptaríamos si tuviéramos que inventárnoslos nosotros mismos.

Al explorar las distintas formas posibles de bloqueos afectivos y cognoscitivos hemos tenido ocasión de tropezar con algunos tipos de influencias externas que los pueden causar. A continuación vamos a tratar de poner de relieve brevemente unas cuantas maneras en las que de modo más o menos patente podemos ser negativamente influenciados en nuestra actividad.
 

LA SABIDURÍA POPULAR

La sabiduría popular es muy respetable. Representa la experiencia colectiva de toda una comunidad humana. Su asimilación nos hace capaces de convivir y anticipar las formas de reacción que podemos esperar en nuestro entorno. Pero no es infrecuente que las máximas de la sabiduría popular, servilmente seguidas, constituyan una verdadera obstrucción en el camino hacia la resolución original de ciertos problemas.

Aquí tienes unos cuantos consejos del sentir ambiental, que aun siendo fundamentalmente sanos, en ocasiones pueden convertirse en potentes obstáculos.

"Busca la respuesta correcta". Se presupone a menudo que la respuesta correcta es única, lo que es frecuentemente falso, incluso en las ciencias que mejor definen sus problemas, como las matemáticas. Por tanto,

Ante un problema concreto no te contentes con la primera respuesta, aunque sea correcta. Trata de buscar varias respuestas correctas.

"Eso no es lógico". Como si los saltos lógicos, las paradojas, la fantasía, la imaginación, las intuiciones no fueran caminos mucho más poderosos que la mera lógica en multitud de problemas. Por ello,

En la fase inicial de encaramiento con un problema, concédete una buen oportunidad de volar libremente, por encima de planteamientos lógicos, déjate llevar por conjeturas imaginativas, por la fantasía... ¡Qué bueno sería que...! Ya vendrá el tiempo del rigor y del examen lógico de tus gérmenes de solución.

"Sigue las normas". Las normas ayudan a establecer rutinas eficaces... hasta que llega un momento en que se hacen ineficaces y perjudiciales. No es fácil determinar ese momento, pero hay que estar prevenido.

Ante una norma, una forma rutinaria de proceder, pregúntate y pregunta a los demás: ¿En qué circunstancias se originó? ¿Siguen siendo válidas las condiciones que la originaron? ¿Siguen siendo deseables los fines? Aquí y ahora, ¿no se puede conseguir lo mismo de otro modo?

"Hay que ser prácticos". Contemplación, abstracción, especulación, ensonacion, ambigüedad.... no son actividades mentales que estén muy de moda, sobre todo en ciertos círculos. Y sin embargo, de ellas han dependido fundamentalmente los grandes avances del pensamiento humano, incluso en regiones de él, como las ciencias, en las que a muchos les parecería que pintan poco.

A sus 16 años Einstein fantaseaba sobre la posibilidad de trasladarse en un ascensor a la misma velocidad de la luz. De tales fantasías surgiría unos años después la teoría de la relatividad.

Cultiva activamente tu imaginación, tu capacidad de fantasear. Si para resolver un problema va a ser precisa una idea nueva, por definición ésta no surgirá examinando meramente lo que hay, sino imaginando lo que no hay.

Las situaciones reales son complejas, profundas, ambiguas, admiten muchos puntos de vista. Cultiva la contemplación de la ambigüedad y profundidad. La analogía, la metáfora, el humor son magníficos instrumentos para ello.

El juego, el espíritu lúdico, no es sólo para niños. Como Leibniz decía: "Nunca son los hombres más ingeniosos que con la invención de sus juegos. Cultiva en lo posible la actitud lúdica en tu misma actividad profesional. Juega con tus problemas.
 

LAS IDEAS INERTES

Alfred N. Whitehead, uno de los filósofos más importantes del siglo XX, en su discurso The Aims of Education, de 1916, dio una visión muy certera del efecto de lo que él llamó ideas inertes en la educación.
Al introducir a un niño en la actividad mental, ante todo tenemos que guardarnos de lo que yo llamaré ideas inertes, es decir, ideas que meramente son recibidas en la mente sin ser utilizadas, o contrastadas, o incorporadas en combinaciones nuevas.

En la historia de la educación el fenómeno más llamativo es que escuelas de aprendizaje, que en una época están vivas y con un fermento de genio, a la generación siguiente manifiestan mera pedantería y rutina. La razón consiste en que se han sobrecargado de ideas inertes. La educación con ideas inertes no es solamente inútil: es, sobre todo, dañina, corruptio optimi, pessima. Exceptuando raros intervalos de fermento intelectual, la educación en el pasado ha estado infectada en su raíz con ideas inertes [...] Cada revolución intelectual que ha sacudido la humanidad levantándola hacia su grandeza ha sido una apasionada protesta contra las ideas inertes. Después, por desgracia, por una patética ignorancia de la psicología humana, ha procedido, por medio de algún esquema educacional, a ligar de nuevo a la humanidad con ideas inertes de su propio cuño.


La marca inequívoca para reconocer una idea inerte es su incapacidad para poner la mente en acción, se trata de una idea meramente recibida sin ser utilizada, ni contrastada, ni incorporada en combinaciones nuevas. Un cierto lastre de ideas inertes es inevitable. Ideas vivas y activas en una generación, la de los maestros, pueden pasar a ser inefectivas para la de sus alumnos por la evolución natural de la cultura, cada vez más rápidamente cambiante.

Hay ejemplos claros en nuestra actual enseñanza elemental de los que sólo quisiera indicar uno. Hace cuarenta años tenía su sentido insistir en el aprendizaje con seguridad y rapidez del cálculo mental: largas sumas, multiplicaciones y divisiones de grandes números. Una fuerte dedicación a este ejercicio de atención y memoria estaba bien empleada. Hoy la situación es muy diferente. Pocos son los adultos en nuestra sociedad que hacen largas multiplicaciones y divisiones con papel y lápiz, atención y memoria. Y sin embargo, en la mayor parte de nuestras escuelas se siguen invirtiendo largos meses en adquirir unas rutinas que el niño que las adquiere no va a utilizar. Más le valdría simplemente emplear una pequeña porción del esfuerzo realizado en aprender a estimar aproximadamente la magnitud de los números que pueden resultar a fin de contrastar que el número que su calculadora le proporciona inmediatamente es razonable. El esfuerzo y el tiempo sobrantes se podrían invertir en otros menesteres más adecuados y útiles.

Al contrario de lo que muchos parecen pensar, la humanidad progresa gracias a que va relegando multitud de procesos que se van convirtiendo en rutinarios y automáticos a los mecanismos reflejos del hombre o, mejor aún, a las diferentes maquinarias externas a él que se van fabricando. Tratar de entender, cada vez que necesitamos hacer una cuenta, cuáles son los fundamentos de nuestro modo de proceder, es inútil y perjudicial y equivale a trasladarnos a etapas del pensamiento ya hace tiempo superadas.

Las ideas inertes son, en gran parte, juntamente con muchos de los procesos mentales altamente ineficaces con los que nuestra educación nos va equipando, las culpables del sentimiento de frustración e inutilidad que tantos de nuestros alumnos experimentan. Su efecto consiste en inducirnos a arrostrar cualquier problema que cae en su esfera de influencia bajo puntos de vista obsoletos o mediante técnicas estériles e inadecuadas.

El antídoto contra las ideas inertes consiste en reconocerlas y tratar de experimentar su ineficacia y la conveniencia de su sustitución, haciendo fuerza contra nuestra tendencia espontánea a mantener la seguridad que falsamente pensamos que nos proporciona.