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Consecuencias prácticas

Si las cosas suceden aproximadamente como se ha descrito en el capítulo anterior, ¿podemos tratar de incidir eficazmente sobre nuestros propios procesos mentales para propiciar la ayuda de la actividad subconsciente en nuestra ocupación con problemas?

Cuando muchos psicólogos del conocimiento afirman que aprovechamos tan sólo una parte muy pequeña de nuestra capacidad total apuntan hacia la eficacia inmensamente mayor que nuestro sistema cognoscitivo tendría si pudiésemos lograr que éste encauzara y coordinara toda su actividad, la consciente y la menos consciente, en la dirección adecuada.

Es muy posible que los logros de los grandes genios se deban en buena parte a su eficacia en dirigir todas las potencialidades de su mecanismo mental hacia un objetivo determinado. Cuando Newton, como cuenta su ayudante, se pasó un gran rato mirando atentamente un huevo en su mano izquierda mientras esperaba que se pusiera duro su reloj de bolsillo que hervía furiosamente en el cazo, su atención no estaba distraída en el sentido de dispersa, sino que estaba profundamente concentrada en un objetivo bien claro, que por supuesto no tenía nada que ver con el huevo. Con razón él mismo solía decir, cuando le preguntaban cómo había llegado a alguna de las muchas ideas geniales que le debemos: «Pensando constantemente sobre ello».

Una de las claves del éxito en la resolución de un problema radica en la capacidad de concentración, es decir en lograr que, en el estadio de preparación señalado en 5 del capítulo anterior, queden involucrados activamente cuantos elementos o unidades de nuestro sistema mental puedan aportar algo, y que entre todos ellos exista una colaboración tan estrecha como sea posible. Parece dificil lograr este objetivo de modo consciente, controlado por el supervisor. Probablemente se puede incidir de dos maneras:

- en primer lugar eliminando los impedimentos que, según nuestra propia experiencia, causan una dispersión de nuestra atención, de nuestra capacidad para estar plenamente en lo que hacemos;

- en segundo lugar, y esto es lo más efectivo, mediante la motivación, fomentando en nosotros el interés intenso y profundo por los problemas de los que nos ocupamos, que sea capaz de envolver más y más capas, racional, contemplativa, estética, de nuestra propia personalidad. La etapa de preparación descrita en 5, en que conscientemente tratamos de acumular y procesar toda la información que podamos, combinándola y estructurándola en unidades más potentes constituye un esfuerzo grande que no se realiza con efectividad si no existe un fuerte entusiasmo inicial, engendrado por la motivación.

Por otra parte, si nuestro dinamismo mental se parece a lo que se sugiere en 1, 2, 3 y 4 de la sección anterior, parece claro que el tipo de trabajo que debemos realizar en nuestra fase de preparación es el que facilite la interacción de la información y de sus diversas formas de procesamiento. Esto refuerza lo que en la cuarta parte ha quedado dicho sobre la importancia de aportar a nuestro proceso de resolución de problemas un conocimiento bien estructurado.

El aspecto que más nos interesa ahora para tratar de propiciar la ayuda de la actividad subconsciente es el de la incubación de la que se espera que surja la iluminación.

Aunque, tanto por los testimonios extrínsecos aportados como por nuestra propia experiencia, estemos intelectualmente convencidos de la realidad favorecedora de la actividad subconsciente, en la práctica actuamos muy a menudo como si ésta no existiera. No practicamos una estrategia positiva para estimular esta actividad.

Muchas veces ni siquiera le damos oportunidad de que tenga lugar, actuando como si la fase de nuestro trabajo en que nuestro mecanismo supervisor está al mando fuese la única verdaderamente provechosa.

Si la dinámica de nuestro mecanismo mental se parece a grandes rasgos a lo que ha quedado descrito en la sección anterior, es claro que la incubación que favorezca la iluminación puede estimularse del siguiente modo:

a) La preparación consciente nos debe capacitar:

- para reconocer la solución o los elementos que puedan ayudar a la solución;

- para activar en nuestra mente las estructuras sencillas a partir de las cuales podamos presentir que pueda surgir una solución;

- para actuar con una cierta libertad y flexibilidad que inicie o que al menos deje abierta la mente para vías nuevas, distintas de las que los hábitos propios, los prejuicios, las modas, los paradigmas imperantes, imponen;

- para infundir en el espíritu una tensión profunda, un verdadero interés por el problema y su resolución, junto con cierta confianza en nuestras fuerzas.

b) Un período de relajación y de olvido que permita una mayor libertad autónoma, es decir de apartamiento de los caminos trillados ya por nuestra actividad consciente, en el que la tensión interna tenga en movimiento las configuraciones y constelaciones de información que la fase preparatoria ha dinamizado.

Poincaré señala cómo el estímulo del café le causó un efecto sorprendente en una de sus famosas experiencias creativas. También Littlewood habla del efecto del té y del café. Otros se ayudan del paseo, como Hamilton y Hilbert. Otras drogas más duras tienen efectos devastadores en plazo relativamente corto.

No es fácil sustraer nuestro mecanismo cognoscitivo a cierto control permanente del supervisor. Las culturas orientales han ideado métodos efectivos para conseguirlo. Hasta hace pocos años estos métodos sonaban entre nosotros a esoterismo extravagante. Hoy día ya van encontrando su lugar incluso en los textos más autorizados de psicología cognitiva. P. H. Lindsay y D. A. Norman, en su interesante Introducción a la psicología cognitiva (Madrid, Tecnos, 1986, p. 687), presentan una buena descripción de alguno de ellos:

Los métodos para controlar los estados de la mente son muy antiguos y muy bien conocidos en algunas sociedades. Hasta hace poco tiempo, estas técnicas no eran muy conocidas en la civilización occidental, pero ahora han alcanzado amplia publicidad y práctica. Las técnicas de la meditación religiosa y personal están diseñadas para alterar nuestros estados mentales. El uso de drogas y los estados hipnóticos pueden tener funciones afínes.

El medio más común y más eficaz de controlar los propios estados mentales es el empleo de un mantra. Básicamente, si queremos desconectar S (el mecanismo supervisor), esa voz central interior de la conciencia, encaramos un problema. S es un mecanismo entrometido, que tiende a estar guiado por los datos de cualquier acontecimiento, externo o interno. La mejor manera de hacerse cargo de S es darle algo que le distraiga. Hagamos que S emplee todos sus recursos en hacer algo irrelevante, y entonces la mente podrá funcionar libre de la influencia de S. El mantra es precisamente una técnica para conseguirlo.

El diccionario define un mantra como «una fórmula mística de invocación o encantamiento del hinduismo y del budismo Mahayana» (Webster's New Collegiate Dictionary). Hoy en día lo más frecuente es que el mantra sea simplemente una palabra que una persona repite continuamente una y otra vez. Nosotros consideramos el mantra como un recurso para la atención... mantiene ocupada la capacidad atencional de la mente, da a S algo que hacer, y efectivamente elude la naturaleza supervisora, directiva, de los mecanismos conscientes internos.


Las técnicas que en nuestra cultura occidental se han creado para escapar al control del supervisor no se han dirigido a inhibir su acción, sino más bien a desviarla hacia porciones del sistema cognoscitivo distintas de las que se ha ocupado en la fase de preparación. En este sentido, los trucos de muchos de nuestros grandes artistas y científicos han sido extraordinariamente originales. Mozart componía al tiempo que observaba atentamente el rodar de las bolas en su gran mesa de billar. El gran poeta Shelley recibía a la musa jugando con barquitos de papel sumergido en su baño. Brahms decía que solía tener sus mejores ideas mientras se limpiaba los zapatos. Littlewood afirmaba que la relajada actividad de afeitarse constituía para él una fuente de ideas. Algunas grandes ideas le llegaron practicando el alpinismo, al que era un gran aficionado.

El sueño y el ensueño, fase intermedia enire el sueño y la plena vigilia, constituyen los estados típicos en que el control d el supervisor se suprime o se aminora. Para algunos, estos estados son muy fructífero desde el punto de vista de su creatividad intelectual. John von Neumann, de los grandes matemáticos del siglo XX, se iba a menudo a la cama por la noche con un problema en su mente sin resolver y se despertaba a la mañana siguiente capaz de garrapatear la solución en un cuaderno que tenía en su mesilla de noche. Descartes, en el colegio de La Flèche, por su mala salud, tenía permiso para pasar una buena parte de la mañana en la cama, dedicado a sus ensoñaciones filosóficas particulares. Es muy probable que muchas de las grandes intuiciones de las Reglas para dirección del ingenio y del Discurso del Método tuvieran su origen en ellas. La idea de Kekulé sobre la estructura anular de la molécula del benzeno le vino en un sueño, según él mismo cuenta. Pero, como dice Littlewood es posible que los actos creativos de gran altura alcanzados en sueños sean muy escasos:

William James parece haber tenido lo que parecían ser ideas vitalmente importantes en sueños, pero siempre se olvidaba de ellas al despertar. Decidió escribir tales sueños, y en la próxima ocasión logró hacerlo. A la mañana siguiente pudo leer:
Higamus hogamus, woman is monogamous; Hogamus higamus, man is polygamous.

No está mal del todo. Tiene a la vez forma y contenido.

La posibilidad de incubación se da cuando no nos dejamos llevar por las presiones que muy ordinariamente tienden a atosigarnos. Es necesario tener ocasión para incubar nuestras ideas comenzando con tiempo de sobra nuestro trabajo. Así se evita la fijación funcional, la necesidad de ir por los caminos trillados y seguros. Nos podemos permitir caminar por caminos inciertos a lo largo de los cuales podemos encontrar ideas nuevas y valiosas.

Para algunos, el tener pendientes al tiempo varios temas de trabajo ayuda. La dedicación a uno permite la incubación en los otros. Edison habitualmente tenía varios proyectos inacabados en su cabeza, trabajaba concienzudamente en todos ellos, aun estando todos pendientes de resolución. Para otros, este modo de proceder representaría una fatal dispersión.